Somos vida. Llegamos al mundo con las herramientas para entenderlo y sobrevivir en él y no es suficiente. Después de nueve meses de gestación, los niños y las niñas necesitan tener cerca una adulta que les acompañe en la satisfacción de sus necesidades básicas. Y aquí es donde nos damos cuenta de la importancia del cuidar. Somos vida. Igual que el árbol que tiene raíces, tronco y ramas y hojas, en el proceso de crecimiento de una personita hay elementos que la preceden, que dan lugar a otros elementos y que establecen con estos un diálogo constante que nos acompaña a lo largo de nuestra existencia.

En este artículo queremos plasmar qué entendemos, en La Caseta, por cuidados que cuidan y damos ejemplos de nuestro modo de hacer en el día a día en los que se refleja nuestra  mirada respetuosa hacia la infancia. En la primera parte, hablaremos del apego y del vínculo. En la segunda, la más extensa, de algunos de los elementos que florecen en la puesta en práctica de estos cuidados. En la tercera parte, de los impactos que tienen, a largo plazo, los cuidados en la infancia.

1. LAS RAÍCES: EL APEGO Y EL VÍNCULO 

El primer trienio de nuestras vidas son los tres años más repletos de aprendizajes. Sònia Kliass, formada en Pickler y Waldorf, afirma que la neurociencia ya ha demostrado que, uno de los elementos más importantes durante este período es el apego, que es el vínculo afectivo estrecho que se produce entre un bebé y la figura o figuras adultas de referencia. ¿Qué funciones tiene? Por una parte, garantizar la supervivencia de la especie siguiendo la lógica de que los mayores cuidan a los pequeños. En segundo lugar, que el infante desarrolle seguridad emocional al sentirse aceptado, querido, protegido y dotado de recursos que le permitan estar bien (Ortiz, Fuentes i López, 1990).

Los cuidados que permiten la supervivencia y el bienestar del infante se convierten en momentos privilegiados para tejer y modelar este vínculo. Son espacios íntimos donde las adultas de referencia escuchan, interpretan e intentan satisfacer las necesidades alimentarias, higiénicas –cambios de pañal, bañeras– y de descanso de los pequeños. La forma como escuchamos, tocamos y estamos en estos momentos construye, en gran medida, la forma en cómo el infante se percibe a sí mismo, a la adulta o adultas de referencia y al que puede esperar de estas. Pedagogos como Romina Toldi afirman, en este sentido, que para garantizar el acompañamiento de procesos de crecimiento de forma no violenta es imprescindible que “el infante pueda vivirse bueno” y que sienta que el afecto de las figuras de apego es incondicional.

El apego recuerda la función de la raíz: cogerse al suelo para permitir que se alce el árbol que crecerá y, al mismo tiempo, seguir expandiéndose. Así, igual que da seguridad emocional, el apego se construye y crece con todos los elementos que lo hacen posible. En el próximo apartado nombraremos algunos de ellos.

2. EL TRONCO Y LAS RAMAS: ELEMENTOS CLAVE EN LOS CUIDADOS QUE CUIDAN

Llora. Ríe. ¿Qué le debe de estar pasando?, nos podemos preguntar. Durante los primeros meses y año/s de vida, los pequeños no hablan o hablan poco y dicen muchas cosas. Para poderlas interpretar, podemos parar y observar, escuchar, sentir. Regalarnos tiempo para estar presentes y descifrar lo que se nos comunica. Una vez entendido, vamos, por ejemplo, a cambiar ese pañal.

Es fundamental respetar el cuerpo del otro. Por eso, a pesar de que este ser sea más pequeño que nosotras y que lo podamos transportar y mover, le explicamos lo que estamos haciendo, honrando el momento de intimidad en el que nos encontramos, poniendo en este el foco de atención, sin distraerlo mientras lo cambiamos: vamos al baño porque te has hecho caca y te cambiaré el pañal.

El tacto es el primer lenguaje que establece el bebé entre su cuerpo y el de sus figuras de apego. Es el primer sentido que se gesta en el vientre materno y el más desarrollado al nacer. Eva Martínez (2020) dice que “la dignidad humana se construye desde la cabeza y también desde el cuerpo, a base de abrazos, besos, caricias, miradas, juegos y contacto, especialmente durante la infancia. Sin piel no hay humanidad”. Así, el infante percibe y se comunica con las adultas de referencia a través del diálogo tónico, que sería una especie de conversación en la cual, por una parte las adultas vehiculan –consciente e inconscientemente– a través de la energía que tensiona sus músculos y que, simultáneamente está conectada con su actividad emocional. Por lo tanto, es tan importante plantearnos para qué tocamos (para mostrar afecto, para nutrir, para limpiar, etc.) que cómo lo hacemos. Por otra parte, el infante también comunica a mediante su tono y poner atención a ello nos puede ayudar mucho a entenderlo.

La Caseta es un espacio para infantes de entre 3 y 6 años. Puesto que los niños y niñas que llegan normalmente ya andan, cuando hacemos el cambio de pañales les preguntamos si prefieren estar de pie o si prefieren tumbarse en el cambiador. Vale, si quieres estar de pie en el suelo, tienes que sujetarte en esta barra, para sostenerte. Atendemos la libertad de movimiento y ponemos límites que los cuidan y que los guían a la hora de crear su marco de expectativas en un entorno seguro. Estos límites que cuidan se van introduciendo desde su llegada a la escuela. A partir de este momento vamos recordando y acompañando los infantes en la integración de estas normas, al mismo tiempo que el vínculo con nosotras (las adultas del espacio) se hace más sólido. Como adultas, nos resulta fundamental haber interiorizado, haber entendido y haber conectado con los límites antes de acompañar los infantes: saber por qué existe un límite nos permite explicarlo y sostenerlo en el tiempo ante las diferentes emociones que puedan nacer de los niños y niñas.

En tanto que adultas, sentimos la responsabilidad de reflexionar individualmente y en equipo sobre los límites que se van estableciendo y de determinar si tienen sentido para nosotras. Sabemos que la autenticidad del acompañamiento pasa cuando nuestros pensamientos, emociones y palabras van en paralelo.

Son las doce y es hora de almorzar. Los cuidados que cuidan, además de generar seguridad y vínculo, estructuran el esqueleto de nuestro día a día en La Caseta y nos sirven para marcar de forma concreta el paso del tiempo a lo largo del día. Cada infante se lava las manos, coge su plato, vaso y cubiertos y se sienta en una silla. Sobre la mesa hay platos con comida que se sirve cada uno, en función del hambre que tenga. Este pequeño ritual de entrada se interioriza por su repetición diaria y, además, contribuye a que el infante vaya desarrollando su atonomía y autoresponsabilidad. 

Martí ha venido a la escuela pero no está en la cocina. Está muy cansado y duerme en una camita que le hemos preparado en la Sala de Luz. Es el momento del día en el cual comemos, pero damos lugar al hecho de que pueda haber niños y niñas que tienen otras necesidades como descansar; esto significa que la estructura es sólida para garantizar el bienestar del grupo, pero flexible para atender a las necesidades particulares. En un rato, cuando se despierte, valoraremos si llamamos a la familia para que venga a buscarlo.

A veces sucede, en los ámbitos educativos, que la necesidad de cumplir con un currículo hace prestar menos atención a los cuidados que hemos ejemplificado anteriormente. Movidas por poner en marcha “actividades con contenido pedagógico”, obviamos que estas acciones cotidianas como comer, limpiar y dormir también tienen un potencial pedagógico gigante (Fabrés, 2011). Retomando el ejemplo del cambio de pañal, Anna Salvia, psicóloga y acompañante en la sexualidad, señala este cuidado como un momento idóneo para poner nombre a las partes que componen los genitales y pedir un permiso que hace comprender al infante que estas partes de su cuerpo son íntimas y que puede decidir quién las toca. Esto pone las bases de la comprensión del consentimiento propio y ajeno.

El tronco y las ramas son las diferentes herramientas de que disponemos para seguir alimentando la raíz, es decir, el vínculo con los infantes. Todo lo que ponemos en marcha cuando cuidamos influye, también, en la forma como los infantes construyen su identidad y su percepción del mundo. Hablaremos de ello en el próximo apartado.

3. LAS HOJAS Y LOS FRUTOS: LA AUTONOMÍA Y LA SOCIALIZACIÓN 

La disección de los elementos que pueden contribuir a generar vínculos más seguros sirve, al mismo tiempo, de base de lo que sería la construcción de la autonomía y la socialización de los infantes. Cuando acompañamos, por una parte ponemos límites y, por otra, damos espacio para la libertad. Hay quien dice que no hay libertad sin límites y, esta afirmación aparentemente contradictoria, puede ser explicada razonando que hay que crear un espacio seguro para que el infante conecte con sí mismo, con sus necesidades y deseos y, por lo tanto, se sienta libre. Acompañado pero capaz. Pickler habla de la importancia de acompañar con la idea de que los niños y las niñas vayan integrando recursos que les permitan resolver situaciones futuras. Se trataría de educar en el presente con una mirada preventiva hacia el futuro.

¿Y un apego seguro, qué provoca, a nivel de autonomía? Fabrés (2011) dice que el infante interioriza la presencia de la adulta a través de los momentos de cuidado cotidiano por parte de sus figuras de referencia. De este modo, se submergirá en su juego teniendo la constancia física o simbólica de que la adulta existe.

Estamos ante un árbol. O un infante. Ambos, vida. En el primero podemos adivinar las hojas y los frutos, las ramas y el tronco y quizás hasta la raíz. En el segundo, vemos un ser que forma parte de una sociedad, que tiene un cierto grado de autonomía, que ha sido cuidado por adultas con quienes mantiene un vínculo determinado. Los dos son como son por todas las partes que los conforman y, como adultas acompañantes de infantes somos conscientes de que, como dice Romina Toldi “si tenemos una mínima idea enfocada a un mundo mejor, tenemos que empezar por lo que tenemos delante y hacernos responsables de las relaciones que estamos construyendo hoy con cada infante en particular y con la infancia en general”.

Aina Pinyol Illa, acompañante de apoyo en La Caseta durante el curso 2019- 2020

Bibliografía

·         Ortiz, M.J, Fuentes, M.J i López, F. (1990). “Desarrollo socioafectivo en la primera infancia”, en Palacios, J., Marchesi, Á., Coll, C, Desarrollo psicológico y educación (p. 151- 161). Madrid, Espanya: Alianza.

·         Fabrés, M. (abril, 2011). “En el día a día, nada es banal, nada es rutina”, en Revista infancia nº 100. Recuperado de: https://www.piklerloczy.org/sites/default/files/documentos/montse_fabres_en_el_dia_a_dia_nada_es_rutina.pdf

·  Martinez, Eva (gener, 2020). “La dignitat humana es construeix amb la pell”, en El Diari de l’Educació. Recuperado de: https://educa.barcelona/2020/05/17/la-dignitat-humana-es-construeix-amb-la-pell/

·         Kliass, S. (juliol, 2019). “Per una educació no escolar abans dels 7 anys”, en [ut] Essencial Empordà Guia. Recuperado de: https://issuu.com/utempordaguia/docs/ut_emporda_2019

·         Toldi, R. Tête à porter. Barcelona. https://tetaaporter.com/blog/

·         Salvia, A. Viaje al ciclo menstrual. Barcelona. https://www.viajealciclomenstrual.com/